sábado, 1 de enero de 2005

Claudio Naranjo y magia. Adios a esa catatonia



Claudio Naranjo me ayudó.


        Han pasado veinte años, antes de ser capaz de escribir estas líneas. Siempre he pensado que el loco de ese chileno no tuvo más remedio que ayudarme. Pero recientemente he encontrado un matiz. Es innegable que Claudio Naranjo me ayudó.

          Este texto lo divido en dos partes distintas; 

      Una introducción, en la que hablo de los tiempos en que me quedé catatónico. Me quedé catatónico en un proceso que tal vez describa algún día... pero en principio aquí solamente trato de situarme.

            Y Babia. Otra parte en que me centro en describir los fenómenos y circunstancias que viví, perdido en un lugar llamado "Babia", donde encontré al Dr. Naranjo. 

          Este fragmento de Babia lo resaltaría. Creo que tiene un valor plasmar en palabras unos hechos, subjetivos, pero que se presentan para su interpretación. 

             En realidad toda la entrada debería haberse limitado a este fragmento de Babia. Aunque por necesidad, he debido expresar lo que sentía además de simplemente limitarme a describir.

          Claudio me influyó mucho. Hay un antes y un después de la catatonia y de cómo me ayudó Claudio. La catatonia fue un corte muy definido con mi pasado.

           No voy a contar ahora cómo me quedé catatónico. 


            Corrían tiempos oscuros y todo se junta en la mente. Era el año 92, tal vez. Y yo tenía momentos de catatonia. Esa catatonia pocas personas saben que la tuve, pues para mi familia yo lo que tenía era una depresión fortísima; que ya duraba mucho tiempo, más tal vez de lo debido, aunque no sé si ellos se lo plantearon.

          Sea como sea, me pasó algo, y ya en la semana siguiente tenía momentos de... algo, que entonces no sabía lo que era. Me metía en mi interior, pero reaccioaba y salía. En esos momentos no tenía estrés, así que no lo viví como un brote, aunque algo hubo. Salía por mí mismo de la catatonia.


          Mi terapeuta veía que yo no evolucionaba, y me llevó a ver a un psiquiatra chileno. Mi terapeuta nunca llegó a saber que yo me había quedado catatónico. Y me mandó a un lugar llamado Babia, junto al pueblo de Turre, en Almería. Donde ese psiquiatra chileno loco me "curó" la catatonia.

          Antes de ir a ese curso, en mi pueblo, entraba en ese estado con cierta frecuencia. Pero cuando se acercaba alguien, reaccionaba y salía yo mismo de ese estado.

          Cuando meditaba, entonces, me encontraba a solas en un estado mental muy estable. Allí ya no sufría. Llegué a pensar que por fin había aprendido a meditar bien. Porque cuando estaba a solas y me quedaba en ese estado, nada me hacía daño. No sufría. No sabía que lo que me pasaba era una catatonia.

         Durante cierto tiempo así estuvieron las cosas. No tenía estrés en mi vida, más que el propio de la fuerte depresión que había pasado. Una fuerte depresión por ansiedad. Simplemente me había quedado allí. Y mi terapeuta, después de dos años de terapia, buscó otras alternativas.

          Antes de ir al curso de cuatro días con Claudio yo ya tenía momentos de catatonia, de esa "separación". Cuando mi terapeuta me indicó que fuese a ver al maestro, con las horas de autobús, la gente, la subida a pie hasta Babia, la convivencia y el trabajo...

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          ¿Qué pasó en Babia?


         Claudio y yo apenas sí cruzamos palabra. No teníamos nada que decírnos en un plano personal. Pero me llenó de energía, con la facilidad como una jarra de agua límpida llena un vaso vacío. Y mi vaso estaba vacío. Un vacío de catatonia donde solamente cabía el odio frío. La muerte térmica, lo llamé.

Era ya el tercer día que estaba allí, en aquel curso de eneagrama, en Babia. Yo estaba afuera en el jardín, hablando con una pareja. Era de noche. Conversábamos, pero momentos después ellos dijeron de irse y entrar adentro.

          A mí me hubisese gustado continuar la conversación, pero se iban. Yo no sabía cómo hacer para que se quedaran y continuasemos conversando un poco más. Me sentí mal y entré en un estado de catatonia. Yo ya no reaccionaba.

          Caminaba pero el mundo me era ajeno. Todo en mi interior estaba imbuido por una gran frialdad, un odio frío; porque yo simplemente no podía hacer que sucedieran las cosas más simples. Tales como favorecer o pedir que una conversación se prolongase.

          Algo en mí se distanció porque yo sufría tanto por cosas tan nimias que ya no podía más. Me quedé en ese estado. Distanciado, separado.

          Adentro de la casa se estaban haciendo algunos ejercicios, comparando tipos de personalidad. Tocaba estar cada uno con su grupo y ponerse a comentar. Yo me quedé allí en mi grupo sin intervenir. Pero ellos me incluyeron en la conversación aunque yo no hablase. Empezaron a ponerse un poco pesados.

          Había una mujer extremadamente estúpida que empezó a interpretar qué cosas quería yo decir con mi silencio. Yo solamente odiaba todo lo que había a mi alrededor. No podía hacer que callasen, sobre todo esta tonta mujer, ni irme por mí mismo.

          Sin embargo, con todo ese enajenamiento, hubo algo que llamó mi atención.

          El psiquiatra chileno loco estaba en el extremo de la habitación y les preguntaba a los que tenía cerca: "¿Qué ves?". Lo repitió varias veces con distintas personas.

         Desde que habíamos llegado a Babia, que las luces titilaban de forma aleatoria, descentrándonos un poco. A mí esas luces me daban mucho por culo. Supongo que el chileno las usaba para modificar nuestra conciencia. Seguramente.

          El caso es que él estaba allí preguntando "¿Qué ves?" a la gente. Y yo, catatónico como estaba reaccioné, por pura curiosidad. Quise decírle que veía las cosas distinto. Así que fui y me acerqué donde estaban.

          Él siguió, y me preguntó a mí "¿qué ves?". Yo no estuve muy brillante porque le dije "Veo normal". Pero como él insistiera, recapacité, observé y le dije: "Veo lo de afuera, y luego veo lo de dentro...".

          Eso le dije. ¡No puedes ver eso! Dijo el psiquiatra chileno loco. Volvió a preguntarme y se aseguró. Apenas le costó un momento para darse cuenta de la situación. Rápidamente se giró y dándo la vuelta se alejó precipitadamente.

          Yo parece que había reaccionado un poco, con todo eso. Me dí cuenta de que el chileno sabía qué me pasaba, y que estaba mal.

          Salí al jardín ya más despejado, pero preocupado. Y escuché, como viniendo de una conversación de lo alto, entre varias personas de autoridad: "Él no tiene la culpa". Refiriéndose a mí. Yo estaba sólo allí, pero escuchar ese mensaje me alivió.

          El día terminó y nos acostamos. Al día siguiente sería el último de los cuatro días que duró aquel curso. Por la mañana el psiquiatra loco llegó con normalidad a dar su charla, antes de finalizar el curso y que nos fuéramos.

          Estuvo un par de horas hablando sobre el tema de tipos de personalidad. Ya para terminar, recordando lo que había pasado la noche anterior, yo quise preguntar algo. Lo primero que me vino a la mente. No recuerdo qué. Pero recuerdo que alcé la mano para preguntar.

          Ese hombre giró la cabeza hacia dónde yo estaba con la mano en alto. Pero no daba signos de reconocerme. ¡Ni siquiera me veía! ¡Yo no podía formular mi pregunta porque él no me veía! Me sentí desconcertado.

         Un momento después, cambió. Empecé a sentir una energía que sentí desagradable en un primer momento; que venía de aquel hombre hacia nosotros. Las personas que había a mi alrededor y yo mismo, nos miramos entre nosotros; para ver si los demás veían lo mismo. Después miramos de nuevo al chileno.

          La cosa se puso más nítida, porque esa energía se concentró en un punto que unía sus pupilas con las mías. Eso que estaba sucediendo, era dedicado a mí.
          Ese señor y yo estuvimos un rato enfrente el uno del otro. Con ese punto concentrado de pupila a pupila, aunque yo nunca supe si él me veía. Yo estaba absorto. Tan solo sé que cuando empezó el espectáculo, las tres o cuatro hileras de sillas de los asistentes, estaban llenas. Y cuando terminó estábamos sólos él y yo.

          Durante ese tiempo yo no fui consciente de gran cosa. Cuando vine a darme cuenta percibí que el espacio mental que ocupaban mis pensamientos se reducía. Unos momentos después acabó. Como digo, estábamos a solas en esa sala dónde había dado la charla momentos antes. Pero el loco chileno no daba la impresión de reconocer nada a su alrededor.

         Me acerqué a él. Lo miré y él tenía la mirada vuelta totalmente hacia su interior, de forma que no me veía. Yo quería hablarle y esperé. Él pareció comprender, y mostró un asomo de atención o reconocimiento; tan solo lo preciso para que yo pudiera hablar. 

             Le dije: "Yo no quería hacer daño a nadie". 

          No sé porqué le dije eso. Supongo que era lo que sentía en el fondo de mi corazón en aquellos momentos. Comprendí que eso era todo y salí. Afuera solamente había una persona. Yo estaba cansado. Intercambiamos unas palabras y nos quedamos por allí.

          Minutos después salió el loco chileno. Y andando despreocupadamente al pasar, dijo: "Hace buen día, ¿verdad?". Y continuó su camino.

          Yo me quedé allí jugando con una amiga. Agradecí tener compañía y fuimos juntos hasta dónde estaba el autobús.

          Yo nunca más he vuelto a tener ese estado mental de catatonia, con ese odio frío.

          Aunque todavía vería al loco aquél de chile, un año más tarde. En un fin de semana de meditación que sería todavía más crucial para mí de lo que fue este primer encuentro en Babia.

          Ojalá mis palabras fueran más hábiles para contar lo que supuso a nivel energético. Tal vez en otra ocasión... He tardado veinte años en escribir esto... puedo esperar un poco más para seguir escribiendo.

             Tal vez... He releido estas líneas... y me sale el agradecer a Claudio, pese a que el siguiente y último encuentro que tuvimos, ...fue como poco, nada venturoso.