Claudio Naranjo y mi abuela ...las personas "que saben".

La Abuela más vieja del mundo

El juguete roto


Los que saben son personas como cualquier otra que viven entre nosotros. Sin embargo, en momentos cruciales ellos encuentran la solución inesperada, incluso imposible de aceptar. Pero que de alguna forma, al ir más allá... encuentran una respuesta que nos lleva a una situación que no hubiésemos elegidos nosotros por sí solos.

             En esta pequeña historia, que no tiene casi ningún valor literario, lo que me nacía intentar era una comparación sin pretensiones. 

             Mi abuela, que ya murió hace tantos años, fue una gran mujer, que como las mujeres de su tiempo, tal vez no desarrolló todo su potencial. Aunque en el seno de la familia se sentía, se intuía, había algo que hacía presentir, que mi abuela estaba siempre presta a ayudar. 

             Tenía un conocimiento que las mujeres que viven toda su vida en el campo poseen. Tal vez algo más. Nunca se dijo claramente pero sabía cosas, sus creencias tenía. Se cuenta que ayudaba en aquellos días, de niñez de mi padre, a una curandera espiritista de nombre Felicidad. Y su quehacer cotidiano lo hacía de forma pronta y directa. Que fuesen otros tiempos, de creencias antiguas, es otra cosa. Pero se comenta que algo sabía.

             Desde luego no hay punto posible de comparación entre el Dr. Claudio Naranjo y mi abuela. Nada que ver. Sin embargo sí recordé un episodio que me sucedió con mi familiar, que tan sólo fue "un gesto", una actitud, un "ya está". Que me vino muy bien para arrojar luz a lo sucedido con mi enfermedad, en relación a Claudio. Yo le doy esta interpretación y estoy dispuesto a equivocarme. 

             Mi abuela rompió mi juguete favorito, y Claudio, rompió mi maltrecho psiquismo. A mí me ayuda la comparación; sin embargo todavía no sé a estas alturas... ¿por qué sigo quejándome por algo que "ya está"?

          Empieza la historia: "Cuando yo era muy niño tenía un juguete preferido. Mi juguete era un camioncito, de plástico amarillo..."

          Por lo menos durante una buena temporada fue mi juguete favorito, y a todas partes a donde iba, lo llevaba ...haciéndolo correr por todas partes que se pueda imaginar. De veras que me gustaba mucho mi camioncito de plástico amarillo.

          Pero un día sucedió lo impensable. La cabina del camión amarillo iba cogida por dos ejes de plástico, ¡y uno de ellos se había roto!

          Lloré mucho. Es más, estaba desconsolado. No podía hacer más que pensar en cómo arreglar ese palito de plástico que, roto, me había dejado sin poder jugar como había hecho hasta entonces.

          En mi desesperación de niño, acudí a mi padre en busca de ayuda. Seguro que él encontraría la manera de arreglar mi camioncito. Así que le enseñé mi camioncito, con la cabina colgando, a mi padre...

          "No sé, tal vez tu abuela pueda hacer algo...", me dijo. "¡Sí!", pensé. ¡Mi abuelita sabía acerca de muchas cosas! ¡Era una idea muy buena! ¡Seguro que mi abuelita me arreglaba el camioncito...!

          Fui corriendo, corriendo, por el campo, hasta que llegué hasta donde se encontraba mi abuelita. Ella siempre estaba haciendo algo. Ella sabía.

          La llamé, ¡y le expliqué mi situación! ¡Mi camioncito de plástico amarillo se había roto! "Abuelita, ¿podrás arreglarlo?

          "Déjame ver un momento..." Me dijo ella. Cogió mi juguete favorito entre sus manos. Por fin, una persona mayor iba a arreglarme mi juguete. ¡De veras que mi camioncito era mi juguete preferido!

          Mi abuelita giró el cuerpo, ocultando por un momento el juguete de mi vista. Tan solo le llevó un segundo, antes de volverse, cuando me dijo: "Ya está".

          Yo lo recogí en mis manos, esperanzado. Sin embargo, el problema que yo tenía era que un eje estaba roto. Y la cabina se quedaba colgando. Ahora, ¡mi abuelita acababa de romperlo del todo!

          Me quedé atónito. Cuando la miré ella había vuelto a sus tareas. Había hecho lo que tenía que hacer, supongo.

          Me alejé de allí sin saber si llorar o no. Miré mi juguete; ya roto por completo. No valía la pena llorar por aquello. ¡Aunque yo hubiese querido llorar! ¡Hubiese querido volver a disfrutar de mi juguete! De mi camioncito de plástico amarillo.

          Tardé un poco en hacerme cargo de la situación. Ya no tenía juguete. Tal vez habría otros, pero no ese. No tenía sentido arreglarlo ya. Estaba roto del todo.

          No fue de mi gusto. No fue de mi agrado. Aunque en algún lugar de mí mismo tuve que reconocer, a la fuerza, que ya no tenía problema.

          Mi abuela había resuelto el problema de una vez por todas. ¡Hija de puta, mi abuelita!