mentí

Sábado 7-03-2015
23:37 Horas.


Todavía es el día de mi cumpleaños. Y es este día en que he tenido una especie de revelación. Es sabido que la revelación tan solo sirve para aquel a quien le llega. Pese a eso voy a tratar de ordenar mis pensamientos y explicarme. Necesito ponerlo por escrito.

Mentí.

Mentí a Claudio.

No importa que yo mismo creyese mi mentira. Yo me creía mi propia mentira. Eso no excusa que aquellos días que pasé en Babia, en el pueblo de Turre, lo que viví allí, proviniese de haber vivido toda mi vida bajo un concepto falso de mí mismo.

Yo viví una mentira y no pude hacer más que mentir a Claudio.

Aquellos cuatro días en Babia, en un pueblo de Almería, yo escribí acerca de una experiencia que había tenido. Se nos pedía que escribiésemos una biografía. Por extraño que fuese, yo era incapaz de escribir acerca de mi vida. En vez de eso, le escribí a Claudio acerca de algo que me había pasado. Una experiencia.

Todo empieza con el dolor. Si tengo que explicarme, he de empezar por contar el dolor que sentía. De niño esas cosas son más llevaderas..., pero al crecer me topé con una realidad insoslayable.

Yo no podía tener pareja.

Seguramente para quién lea esto, no represente una verdad definitiva y absoluta. Pero para mí, con catorce años sí era una verdad. Y era una realidad palpable y demoledora. Fue una certeza devastadora. Me sequé. La certeza de que yo no podía tener pareja, me secó. Tenía demasiado miedo. Tenía demasiada rabia. Y era cierto que yo no podía tener pareja.

Tampoco podía tener amigos. Pero creo que lo que más dolía en realidad era no tener a una mujer, una mujer para vivir un amor que tanto necesitaba.

Recuerdo el lugar en el que me di cuenta de que esto era así. A la puerta de la biblioteca, cerrada, entre clases a la hora de la comida. La soledad era... me destrozaba. La rabia me consumía.

Me parecía que el dolor era tal como agarrarse a un clavo ardiendo para no caer al abismo.

Y trataba de no sentir. Trataba de no sentir lo que sentía. Creo que, al final me sequé.

Encontré el modo de canalizar la rabia, pero no fue una verdadera solución, pues no hacía más que aplazar el problema, sin resolverlo verdaderamente. Pero era algo. Todavía viví unos años más sin enloquecer.

Cuando pasó ese tiempo, se hizo la luz, pero la luz no me llevó a lo luminoso. Me mostró mi oscuridad. Y en la oscuridad me sumí. Me enfermé.

A Claudio lo vi en dos ocasiones, con un intervalo de un año entre ellos. La segunda vez fue en un fin de semana de meditación, cerca. En Alicante.

ANTES DE CLAUDIO NARANJO

Si alguna vez vi la luz, solamente fue para ver la oscuridad de mi vida. Vi que mi vida no estaba bien, hasta el punto de no poder afrontar ni tan siquiera hablar de ello.

         Pasaron cuatro o cinco meses en los que acudía a terapia en una cita semanal de una hora con una terapeuta. Y estaba una hora entera sin hablar. Presa de la tensión, porque no podía afrontar lo que me pasaba.

Claro que me quedé catatónico. La única virtud que tenía era creerme mi propio cuento. Pensar que yo estaba en el lado de los buenos.

Hay que tener en el interior un verdadero volcán a punto de entrar en erupción, para pasarme la vida demostrando que era superior a los demás. Que era mejor. Que había buenos y malos, y que yo formaba parte de los buenos.

Pero volvamos al primer encuentro en Almería.

Yo todavía no sabía qué hacía, ni dónde estaba, ni para qué. Tampoco es que hoy en día sepa esas cosas. Pero entonces todavía iba a la deriva. Y lo que me quedaba. El día en que Claudio se cruzó conmigo se produjo un punto de inflexión en mi vida. Me salvó la vida.

También me parece que es justo decir que Claudio me confrontó con la verdad.   Lo que Claudio me había dado, me lo quitó.

Y fue justo que así sucediera.

Entre un encuentro y otro, sucedieron cosas. Durante ese año me sucedieron cosas sin sentir. Yo no tenía el control sobre mi vida, pero me sentía de maravilla. Sentí un gran bienestar. Estaba bien. Muy bien.



RECAPITULO

La luz que busqué por mi cuenta, bajo la “presión” de la depresión, tan solo me mostró que mi vida no tenía fundamento. Y fue entonces que me encontró Claudio, sumido en la oscuridad de la catatonia. Y me ayudó.

               Y pasé todo un año bien. Incluso feliz, dichoso, antes de que los efectos se fueran pasando, y surgieran las tensiones que volvían a hacerse sentir.

No debemos olvidar que por mucho que Claudio me diera energía, yo había vivido una adolescencia en una situación emocional insostenible. Lo único que me mantenía en pie era demostrar que yo era mejor que los demás. Vivía la vida en blanco y negro. No tenía matices.

Nosotros eramos los buenos, y los otros eran los malos. Y mantuve esa mentira durante demasiados años. Por lo menos la mentira hizo que viviese sin romperme, todavía. Cuando me sumí en la catatonia, coincidió que mi terapeuta me envió a ver a Claudio. “Por que yo no puedo ayudarte, Claudio puede decirte alrededor de qué gira tu problema.”

Mi terapeuta me derivó a Claudio y Claudio se encontró con el problemón. No tiene mucho sentido. ¿No? ¿Hasta qué punto encaja eso en mi vida?. Mi única virtud era vivir una mentira. Hasta el punto de creerla. Y tratar de volver a mi situación en que todo se veía en blanco y negro, sin matices.

En el fin de semana de meditación. Vi chispas que llenaban todo mi universo. Mi interior se conectó con mi exterior. Ahora creo que tuve un momento de tan gran presencia que no pude soportarlo. Ignoro qué eran esas chispas que vi en ese momento. Solamente supe que yo no tenía la preparación para el encuentro.

Sospecho que Claudio podía intuir que algo así podía suceder. Pero era deber suyo confrontarme. No se lo reprocho. Es ley. Lo hizo bien. Fue justo. Rompió lo que ya estaba roto, para que dejase de creer que mi mundo tenía solución.

Y así me encontré con la enfermedad. A una edad que podía vermelas, con mucha ayuda de mi familia. De los médicos, psiquiatras, psicólogos. Mi familia. Puede que mi familia no me haya comprendido, pero es mi familia. Después de todo seguimos teniendo ese vínculo.

Han pasado cosas, ha pasado la vida. Y yo sigo vivo. Pero por mucho que haya sentido y vivido en carne propia el paso de Claudio por mi vida, siento que estoy fuera. Que no pertenezco a aquello que sucedió.

           Si pudiera elegir, me quedaría fuera.